Llevamos más de 15.000 muertos en el Estado español por esta
nuevaenfermedad que tiene nombre de robot: COVID-19.
Entre políticos y medios de comunicación han conseguido que no
nos importe demasiado si son 8.000 o 22.000. Se trata de muertos invisibles,
son como el dinero de la cuenta corriente, no lo vemos, son solo números.
Intencionadamente o no, han puesto en marcha un sistema de información narcotizador
que anestesia a la sociedad ante la pandemia para que no seamos conscientes de
la magnitud de la tragedia. Los finados no son víctimas colectivas como las que
ocurren en los terremotos o inundaciones, o un accidente aéreo, donde vemos
todos los ataúdes juntos. Aunque estamos ante una calamidad que afecta a toda
la sociedad, los muertos se producen en forma de goteo en muchos lugares
diferentes, así que son individuales, aislados, solitarios, independientes uno
de otro; un número más en la estadística, solo cifras. Así es difícil tener
consciencia de la amplitud de la pandemia, además estamos encerrados en
nuestras casas viviendo el confinamiento de puertas hacia adentro lo que hace
más difícil tener conocimiento del mundo exterior. En este contexto, los medios
de comunicación, no sé si motu proprio o siguiendo algún tipo de
instrucción no escrita, no nos proporcionan ningún tipo de imagen de los
fallecimientos producidos.
El Estado de las autonomías que ha arraigado firmemente
entre los españoles, aunque a algunos les gustaría que se evaporase, tiene una
gran ventaja para esto de contar muertos, y es que como cada uno se fija más en
los de su comunidad, en los suyos, que en los de toda España, que quedan lejos,
y sobre todo en esta situación de internamiento, siempre son muchos menos las
muertes de una comunidad que los que suma España en total, y así no nos
preocupamos tanto.
Las imágenes de los féretros de soldados americanos regreso de
Vietnam contribuyeron notablemente a erosionar la popularidad del presidente
americano Lyndon B. Johnson, tanto, que no pudo presentarse a la reelección.
Desde entonces todos los gobiernos han sabido que los féretros son malos para
los gobernantes. Sabiendo eso, en 1991, antes de la primera guerra del Golfo, el presidente
George Bush (padre) prohibió a la prensa tomar fotos o grabar imágenes de estos
ataúdes. Puede parecer que el gobierno español está llevando a cabo esta misma
estrategia con la complicidad de los medios de comunicación.
Los gobiernos han aprendido bien que las imágenes de los
muertos no juegan a su favor, pero, mi opinión es que, aunque no resulten
agradables para nuestras emociones, las imágenes de la cruda realidad son
necesarias para tener una adecuada y correcta percepción de lo que está
ocurriendo: para adquirir una mentalización preventiva del riesgo de la
enfermedad.
Sin embargo, las imágenes que sí se emiten son las de la
solidaridad social, los aplausos, y de los supervivientes cuando salen de la
UCI o abandonan el hospital, y de las que sí se habla es de las personas
fallecidas cuando se elevan a la categoría de héroes sociales, como el personal
sanitario fallecido por coronavirus. Se intenta destacar en exclusiva las ideas
positivas, la entrega, el sacrificio, la responsabilidad, todos esos valores
que la sociedad aprecia y que producen empatía.
No obstante, no hay imágenes de muertos, no hay féretros, no
hay luto, no hay funerales, no hay entierros, no hay cremaciones, no hay grupos
de familias tristes en un sepelio prohibido, no hay llantos, no hay cámaras, no
hay entrevistas, no hay pérdida social, no hay lamentos. Nada que pueda
incomodar a la opinión pública y que dé idea de las verdaderas dimensiones de
la desgracia colectiva que nos envuelve. Ni una sola imagen de los ataúdes, o
de algo que nos dé idea del número tan brutal de fallecimientos -el día 1 de
abril se registraron casi mil muertes-. Algunas imágenes no son agradables, por
supuesto, pero, el periodismo ha de hacer compatible no regocijarse en la
perversidad de la noticia, con mostrar la realidad tal cuál es, sin ocultarla.
Cuando algún día cronistas e historiadores estudien esta pandemia echarán en
falta imágenes que documenten el desastre: tendrán solamente datos estadísticos
declarados ante un micrófono por un ministro.
Pero, esta ocultación tiene un inconveniente, tiene un
precio, sensibilizar a la sociedad ante un riesgo requiere una información
veraz. Recordemos la eficacia de las campañas de la DGT para reducir los
accidentes de tráfico: fueron calificadas de muy duras emocionalmente porque
acercaba la muerte al público, pero el impacto que provocaba la campaña en la
población objetivo fue muy efectivo. Se debería tener presente este principio
básico de la prevención de riesgos: nadie se protege contra un riesgo que no
percibe.
En el barómetro del CIS del mes de enero de este mismo año
veo que el 70% de los españoles se enteran de un acontecimiento extraordinario
a través de la TV, un 15% a través de las RRSS y solamente un 6% a través de la
prensa y otro 6% a través de la radio. Está claro cuál es el medio predominante
y el que puede formar y generar opinión en la sociedad mayoritariamente. Esto
explica la impresionante presencia mediática en TV de los ministros y del
propio presidente del gobierno con frecuentes y prolongadas comparecencias. Y
esta es la razón por la que no quieren que unas dolorosas imágenes les empañen
sus edulcorados discursos.
A las televisiones públicas y privadas se les ha olvidado
ese principio informativo que suelen llevar a gala y que justifica el gran
éxito de la televisión: UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS.
Algorta, 10 de abril de 2020
Javier Larrea
Este artículo fue publicado en los Blogs de la versión digital del periódico DEIA.
https://blogs.deia.eus/rincondelproteston/2020/04/11/muertos-numericos-por-javier-larrea/
Estoy realizando un estudio sociológico sobre los cambios sociales en Euskadi debido a la crisis de Covid-19.
Si vives en Euskadi te invito a rellenarla, Gracias!!!
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